jueves, 16 de septiembre de 2010

Ni un duro nunca

Sentado

en la puerta del trabajo,
una multinacional,
un trabajo sólo por dinero,
tengo un caro capricho:
me gusta comer todos los días
y me gusta beber
y respirar

también me gusta el sexo
aunque por suerte y por el momento,
por respirar y por sexo no pago,
no directamente.

Una vieja

y otra

no tan vieja
se sientan a mi lado
sin mediar palabra,
como obedeciendo al mismo silencio.


Tras cinco minutos que respetó hasta el aire

.

.

.

.

.
la menos vieja

levanta

como si le quemara la piel nuestra presencia,
mirándonos con asco.

La vieja se queda,

con ojos de húmedo vidrio

clavados en el asfalto como semilla vacía,

rezando una y otra vez:


-María nunca me ha pedido dinero,
nunca
María nunca me ha pedido dinero,
nunca
ni un duro
nunca

durante mis otros quince minutos de descanso.
...

...

...

...

...


Una rubia

sale por la puerta,

una rubia
que hizo reconocer al sol

que era él quien iba teñido,

haciendo irrisorio

el resto del absurdo universo.


Kelly,
el joven negro que vende "la farola" junto a la puerta,
y que es quien mas sabe del mundo
sobre el verdadero valor de un euro,
me dice con voz viva:


-No la mires,
demasiado cara.


Y su sonrisa nubló en verdad la voluntad del sol,
debajo de unos enormes ojos tristes.

Yo,
ni puto caso.

-Ni un duro
nunca


...